«Si no pedimos justicia en los cuentos, ¿cómo la vamos a pedir en la vida?»
Ana Cristina Herreros (España), conocida en el mundo de la narración oral como Ana Griott, se encuentra en Arequipa para participar del Hay Festivalito, la programación infantil del Hay Festival Arequipa 18. Sin embargo, este no es su primer acercamiento con Perú. Años atrás trabajó con José María Arguedas y Francisco Izquierdo Ríos en la edición de Mitos, leyendas y cuentos peruanos (Ed. Siruela), importante recopilación de nuestra tradición oral de costa, sierra y selva. Hace unos días, tuvo la oportunidad de descubrir por contacto directo la riqueza y la fuerza de la literatura oral de los niños del VRAEM. En el marco del Hay Festival, conversamos con ella sobre su grandes pasiones: la tradición oral y la edición, ambas concebidas como una forma de luchar por la justicia social. Nos habla mirando fijamente a los ojos, como cuando narra cuentos, y con los mismos quiebres en la voz, solo que esta vez nos comparte el testimonio de su trabajo.
Eres filóloga y especialista en tradición oral. Explícanos qué nos
revelan los cuentos tradicionales sobre la naturaleza del ser humano y la
sociedad.
Los cuentos tradicionales tienen
sus raíces en tiempos en que el hombre y la mujer aprendían a ser hombres y
mujeres como lo entendemos hoy en día. Cuentan que en un comienzo éramos
carroñeros porque no teníamos habilidad para cazar, y las armas eran piedras
talladas unas con otras para sacarles filo, así que no podíamos competir con los
grandes depredadores. Por esa razón, cuando estos cazaban una presa y ya todos
habían comido su parte, llegaba el ser humano, rompía el hueso con su piedra y
se comía el tuétano. Esa es la primera forma de alimentación omnívora que
desarrolla el ser humano. Esa ingesta de proteínas animales produjo la
bipedestación y el desarrollo del cerebro. Cuentan también que en la era paleolítica
alguien tomó la palabra, seguramente una mujer, y contó un cuento. Los cuentos
de tradición oral cuentan todos lo mismo: un personaje tiene un conflicto y se
pone en camino para resolverlo; en el trayecto se encuentra con el otro, con el
donante (según la teoría de Propp), y gracias a su intervención consigue
resolverlo. En esencia, lo que cuentan es que el otro no es el que te hace
daño, sino el que te ayuda. Gracias a los cuentos, el ser humano empezó a
confiar en el otro, y de esa confianza nació el apoyo mutuo, la
fuerza de lo colectivo. Es por ella que el ser humano empezó a cazar en grupo, se convirtió en el ser más poderoso y logró sobrevivir en la cadena evolutiva. Los cuentos tradicionales nos cuentan que siempre que te
pongas en camino, habrá alguien que te dará una mano. Aunque seas desobediente
y te coma el lobo, siempre habrá alguien que te saque de sus tripas. Los seres
humanos tenemos la capacidad de confiar unos en otros gracias a los cuentos
tradicionales, a la literatura o a la capacidad de fabular.
En los últimos años, has realizado trabajos de recopilación de relatos
tradicionales en países del África como Senegal, Mozambique y en los campos de
refugiados de Tinduf. Explícanos la labor realizada.
Todo empezó cuando me
descatalogaron un libro y con la venta de los libros que me devolvieron fui a
Senegal para montar una biblioteca. Se me olvidó llevar libros para los niños,
así que cuando llegué pregunté cuál era la fórmula que pone en movimiento los
cuentos (en nuestro caso “había una vez” o “érase una vez”). Por las noches
deambulaba por el pueblo y cuando la escuchaba, grababa el cuento. Logré
recopilar 500. Los jueves nos organizamos para que vayan los niños y abuelos que yo
escogía, y hacíamos que cada niño se lleve un abuelo. No teníamos
libros para ellos, pero abuelos sí. Al año siguiente, reflexionamos y nos dimos cuenta de que les estábamos
llevando la cultura de los países que explotan sus recursos, y no estábamos
estimulando su rica y fértil tradición oral, así que en el verano empezamos a
hacer talleres con un ilustrador y los niños. Era la mejor época porque así los
manteníamos lejos de los arrozales donde podrían contraer la malaria. Lo que hacemos son talleres de ilustración y memoria oral con ellos, ilustramos sus
cuentos e hicimos un libro que se tituló El dragón que se comió el sol y otros
cuentos de la Baja Casamance. La idea es que la gente sea agente de su propia
cultura. Además, consideramos que ellos también son autores del libro porque el
porcentaje de regalías de autor está destinado a un proyecto que ellos pidieron: que se apoye
a la red de profesores que enseñan español, lengua que les interesa mucho no por España, sino por
América, porque de esa parte de África provinieron casi todos los esclavos que
llegaron a este continente. Ellos son animistas y creen que en sus bosques y
árboles viven sus ancestros que hablan castellano. También se están haciendo
talleres de alfabetización para las mujeres. Estamos haciendo literatura del
pueblo y para el pueblo.
¿El trabajo en los campos de refugiados de Tinduf fue similar?
En los campos de refugiados de
Tinduf, trabajamos con personas que viven ahí desde hace 42 años porque aún no
se soluciona el problema de ocupación ilegal de su territorio por parte de
Marruecos. Esa situación es una gran vulneración de los derechos humanos
porque debido a ello esa gente no tiene nacionalidad. Con ellos, hicimos un trabajo de
ilustración con los niños y con las mujeres, con el barro con usan para darle
color a su cabello y para hacerse dibujos en la piel. También escuchamos a las
abuelas que han sido silenciadas porque hablan de un pasado nómada. Ahora los
niños no conocen cuentos tradicionales y se han dado cuenta de que están
perdiendo su identidad. Eso es gravísimo porque un pueblo que pierde su
identidad, pierde también sus raíces y se lo lleva el viento. Con las regalías
del libro que publicamos, Los cuentos el erizo y otros cuentos de las mujeres
del Sáhara, nos han pedido traducir el libro a su lengua, que no tiene
escritura, pero ya se está trabajando en la formalización escrita de su lengua.
Tus proyectos culturales se desarrollan en contextos sociales muy
adversos, marcados por la violencia. ¿Qué importancia cobra la literatura ante esas problemáticas?
Creo que se debe luchar contra el
prejuicio de que si no tienes un libro publicado, no haces literatura. Parte de
que lo escrito, que es lo vinculado al poder, tiene mucha dignidad, mientras
que lo oral no tiene ninguna, pese a que es la base de todo. Nosotros
aprendemos y se nos inocula el amor por la literatura en el regazo de nuestra
madre cuando nos canta una nana, sentados al lado de nuestra abuela cuando nos
cuenta un cuento, sentados frente a la comunidad cuando alguien toma la palabra
para contar una leyenda. La función social de la literatura es crear redes,
anclarte en tu propia tradición, hacerte sentir importante porque eres
depositario de una cultura. La dominación cultural es terrible, hacerles creer
a las personas que son incultas porque no escriben, que solo vale aquel que
escribe un libro que merece el premio Nobel. La gente del VRAEM también tiene
literatura y es necesario decírselo, que escuchen a sus abuelas y a sus abuelos
que son depositarios de un saber tradicional, de los cuentos y la historia de
su pueblo. Eso no se debe olvidar porque es su patrimonio inmaterial.
¿Cuál es la relación entre los cuentos tradicionales y la infancia?
Los cuentos tradicionales no eran
para niños. Cuando llegué a Senegal y le pregunté al bibliotecario si ahí se
les contaba a los niños cuentos “de niños”, él me respondió: “Si les
contáramos a los niños cuentos “de niños”, ¿cómo iban a convertirse en
adultos?”. En África, como aquí en el VRAEM, no se les cuenta cuentos a los
niños, los niños están ahí y oyen los cuentos que los adultos se cuentan los
unos a los otros porque la literatura no sabe de etiquetas. La literatura es o
no es, y literatura oral lo sabe muy bien. Los cuentos tradicionales son
cuentos que no tienen edad. Muchos han sido dulcificados pensando en los niños,
pero hay que entender que los cuentos tradicionales no son crueles; son justos.
Siempre acaban con la restitución de la justicia y la reparación del daño, que
es algo fundamental. Si no pedimos justicia en los cuentos, ¿cómo la vamos a
pedir en la vida? Los niños del VRAEM necesitan esa reparación y esa justicia.
Coméntanos sobre el taller que has desarrollado en el VRAEM.
El taller del VRAEM lo propone
TGP (Trasportadora de Gas del Perú) con el fin de trabajar en favor de las
comunidades por donde pasa su gasoducto. En vista de mi participación en el Hay
Festival de Arequipa, me propusieron que colabore con ellos con un taller en
una comunidad del VRAEM: Chiquintirca. Ahí convocaron a niños entre 8 y 18 años
y a sus maestros para que yo les hable del trabajo de recopilación de memoria
oral, de los cuentos de todos estos países que ellos no conocen, les puse
imágenes de los niños pintando y de las mujeres aprendiendo a leer y escribir.
Después, los incité para que me contaran los cuentos que ellos saben. Algunos
lo hicieron en español, en quechua y otros fluctuando con naturalidad entre las
dos lenguas, sobre todo cuando el personaje canta. Me contaron, me cantaron, me bailaron y me tocaron historias de su pueblo que tienen que ver con esa
necesidad de no olvidar lo que ha sucedido, sobre todo cuando no ha sido
reparado. Mi mensaje con este taller de cuatro horas fue explicarles que ellos
también tienen una literatura oral que merece sobrevivir y ser guardada en sus
corazones para ser trasmitida a la generación posterior, que eso forma parte de
quiénes son y quiénes son es algo muy grande, porque son quechuahablantes,
gente andina y seres humanos dueños de una voz, de un pasado, de una forma de
ver el mundo que es muy suya y a la vez universal. Para mí el trabajo era
doble, primero con los niños para dar valor a su tradición y a su voz, y también
con los maestros para animarlos a que hagan un trabajo importante. Yo edité en
la colección de Cuentos populares de Editorial Siruela un libro de recopilación
oral de José María Arguedas (y Francisco Izquierdo Ríos), que ha sido el
detonante de todo mi trabajo de recopilación oral. Ellos fueron a las escuelas
y recogieron el testimonio de los niños. Es un tesoro de libro que debería ser
lectura obligatoria en sus centros escolares y los de todo el mundo.
Tras varios años como editora en Siruela, decides emprender tu propio
proyecto, la editorial Los Libros de las Malas Compañías. Explícanos el nombre
y cuál es su línea editorial.
La experiencia de Siruela fue
maravillosa. Fueron 25 años en los que aprendí muchísimo con los enormes
profesionales que trabajaron y trabajan ahí. Mi proyecto editorial se llama
Libros de las Malas Compañías porque somos desobedientes y caprichosas. Hay
valores que están en desuso y se consideran negativos, como el aprender a
desobedecer. Para mí es algo maravilloso que no se enseña porque así somos más
sumisos y más moldeables. Sin embargo, hay momentos en los que se tiene que
desobedecer. Por ejemplo, desobedecemos al mercado, no publicamos lo que el
mercado pide, lo políticamente correcto, porque nos parece que el niño merece la verdad,
no tonterías. Los padres solemos vivir en otra esfera, la de la mentira,
ocasionada por no entender los símbolos de los cuentos populares. Por ejemplo, todos los monstruos simbolizan el miedo. Otra característica de nuestra
línea editorial es que no vendemos en grandes superficies, no imprimimos en
China, como la mayoría de editoriales españolas, porque contaminan el mundo y
no tienen una legislación laboral. Tampoco usamos papel que resulte de la
deforestación de la Amazonía. Creemos que la cultura debe ir encaminada a
proteger a la gente. En ese aspecto somos desobedientes: en los temas que
escogemos y en el proceso. No creemos en la literatura infantil, no creemos en
las etiquetas, creemos que hacemos literatura.
Lo que debes saber sí o sí
Anna Cristina Herreros se presenta hoy en el Hay Festivalito, en el Auditorio del Centro Cultural Peruano Norteamericano de Arequipa.
Si deseas saber más...
https://www.librosdelasmalascompanias.com/ (Se pueden comprar online)
O su sitio personal: http://anagriott.blogspot.com/
No hay comentarios:
Publicar un comentario